Hay gente que se pasa todo el día enfadada. Todo les molesta. Enfadarse es una emoción natural que surge como respuesta a lo que uno entiende que es una provocación o una molestia. Hay personas a las que el tráfico o esperar en una cola les parecen tremendamente incómodo y otras a las que les da igual esperar. Así que los motivos por los que habitualmente se enfada la gente no son universales, ni por su contenido ni por su intensidad. Cuando te enfadas, tu cuerpo reacciona de forma similar a como reacciona con la respuesta de ansiedad. Es decir, te alteras. Nadie se enfada entrando en estado de flow y sintiendo una paz absoluta. Enfadarse es algo bastante incómodo para uno mismo y para los que comparten su vida o trabajo con el enfadica.
Uno puede enfadarse por miles de cosas: porque los planes no salen como tenías ideado, por un conflicto con alguien del trabajo, porque un amigo no ha contado contigo, porque en el restaurante donde comías había ruido, porque llegas tarde, porque en un restaurante falla el servicio, porque te cancelan un viaje, por tener que esperar, porque te faltan el respeto, etc. Existen cientos de oportunidad durante el día para despertar tu lado ogro. Pero, ¿te has planteado que eres tú el que decide qué situaciones van a sacar de ti el genio y cuáles no? ¿Sabes que enfadarte es algo que puedes controlar si tú lo deseas? La mayoría de los que se enfadan con frecuencia suelen tener un locus de control externo. Echan la culpa de su enfado al entorno sin darse cuenta de que es la propia interpretación que ellos hacen de ese entorno lo que les lleva a perder los papeles, a sentirse irascibles o a estar de morros tres días. Y así es, es el valor que das a lo que te rodea lo que lleva a desencadenar tu respuesta de enojo. No son los demás, no es el tráfico, no es tu jefe, no es la vida injusta, eres tú y aquello a lo que das valor.
Además del valor que das a las situaciones, otro de los motivos que te lleva a sentirte enfadado con frecuencia es la baja tolerancia a la frustración. A las personas que sufren baja tolerancia a la frustración les cuesta asimilar errores, propios y ajenos, les molestan los cambios de planes o que las cosas no salgan como ellos desean. No soportan las injusticias y se sienten incómodos cuando todo lo que ellos controlan no está bajo control.
¿Te atreves a elegir no enfadarte? Supondría perder esa parte desagradable y victimista que te muestra ante los demás como alguien de difícil convivencia o de trato incómodo. Sería mucho más chulo empezar a entrenar una imagen de amabilidad, persona agradable y de trato fácil. Es muy complicado relacionarse con alguien que habitualmente se muestra agresivo. Y es que la respuesta habitual de los que se enfadan es la agresividad.
Dejar de enfadarte no supone dejar de renunciar a lo que tú crees que es importante. Solo supone aprender a expresar tu enfado de forma asertiva, de tal manera que puedas elegir tú las batallas en lugar de que sean ellas las que te elijan a ti. Además, debes aprender a expresar lo que sientes y lo que necesitas de una forma no ofensiva, con asertividad. Y por último, tendrás que aprender a poner límites y buscar soluciones para evitar, en la medida de lo que tú controlas, que lo que te enfada vuelva a suceder. Y por supuesto…aceptar. Recuerda que no todo en la vida depende de ti y mucho menos puedes controlar el entorno y la vida a tu antojo.
Estos consejos pueden ayudarte a controlar tus enfados:
- Analiza qué ha pasado y piensa en el valor que tiene. ¿De verdad es tan importante? ¿Lo seguirá siendo mañana? Si sufres y te enfadas porque tu equipo de fútbol ha perdido, que es en sí una situación completamente ajena a ti, ¿de verdad que tu enfado tiene un sentido?
- Anticípate. Si sabes que la situación que vas a vivir puede ser un estímulo incómodo para ti, prepárate. Tanto si es un proceso de negociación, una charla incómoda con algún familiar, como una norma que tengas que poner a tus hijos o algo por lo que les tengas que regañar. Lo mejor es pensar la manera tranquila de llevar la situación. Piensa en los inconvenientes que pueden surgir y ten preparadas soluciones.
- Tienes más paciencia de la que imaginas, solo tienes que entrenarla. La persona que habitualmente salta de forma agresiva tiene esa forma de reaccionar en su repertorio de comportamientos habituales. No lo tiene que pensar, actúa con el modo “si esto me pincha, salto”. Pero existen otras alternativas de reaccionar, incluida la paciencia. Piensa antes de hablar.
- Las palabras no se las lleva el viento y dejan cicatrices. “Es que pego un grito y me quedo más a gusto que todo”. Sí, ya, pero los demás se quedan bastante fastidiados. La conducta impulsiva, por norma general, siempre te va a traer consecuencias negativas.
- Practica técnicas de regulación emocional. Desde el yoga, pasando por técnicas de meditación, relajación o practicar deporte. Existen infinitas formas de reducir la actividad de tu sistema nervioso de forma natural. Gritar no es un ansiolítico.
- Aprende a comunicarte y a entenderte con la gente. Muchas de las interpretaciones que sacas sobre la intención de los demás llevan a enfadarte. Saber pedir un cambio de conducta a otra persona, saber poner límites con asertividad, saber decir que no o saber expresar tus quejas sin ofender son conductas básicas para relacionarnos de forma positiva con los demás. Convivimos con jefes, compañeros de trabajo, pareja, hijos, amigos, conocidos. Son muchas cosas las que nos separan de las personas, pero si sabemos expresarnos con educación y amabilidad, la mayoría de las diferencias pueden resolverse o entenderse. La amabilidad y la educación nunca fallan.
- No levantes la voz. El grito no corrige, el grito no abre los ojos. El grito humilla y baja la autoestima de la persona con la que te relacionas. Gritar es el recurso fácil de los que se enfadan con frecuencia.
- Utiliza el humor y aprende a ver la parte humorística de la vida. Mira este ejemplo. A muchos padres les enfada muchísimo las perretas maleducadas de sus hijos. Se terminan enfadando con ellos más de lo que los niños lo están con su rabieta. Y con ello convierten la situación en incontrolable además de reforzarla. Tomarte esta situación con humor supone llevar en el bolso un pollo, sí, uno de esos desplumados de los chinos. Y cuando tu hijo te monte el pollo, saca el tuyo del bolso y dile que tú también tienes uno. Y que esperaréis los cuatro, su pollo, el tuyo, tu hijo y tú a que se le pase. Todo con una voz calmada y sin mostrar tu rabia. Solo necesitas un poco de creatividad para ver el lado humorístico de todo. Por lo menos pasarás una perreta divertida.
- Cambia la parte del entorno que te estrese y que dependa de ti. Hay muchas medidas que puedes tomar que no lo haces por costumbre, a pesar de que te sigues enfadando. Muchos padres se enfadan porque sus adolescentes tardan una eternidad en levantarse, vestirse y salir para el instituto. Prueba un día a dejarlos tirados y que se las apañen con su profesor y la explicación que tengan que ponerle. O trata un día de no resolver problemas que no te tocan en el trabajo y que cada uno asuma su responsabilidad. O salir un poco antes para no coger tráfico. Mira a ver si hay algo que puedas cambiar del entorno. Algunas medidas de cambio incluyen conflictos. Pero los conflictos pueden ser geniales para solucionar problemas.
- Cámbiate la etiqueta. A partir de hoy quedas oficialmente bautizado como alguien divertido y paciente, que rara vez se enfada y pierde los papeles. Así que no tienes un plan B, solo el A, que supone comportarte conforme a tu nuevo rol. ¿Y si la posibilidad de enfadarse no fuera posible? Piensa en las alternativas y cómo las pondrías en práctica y trata a partir de ahora de ser esa persona.
Mucho ánimo. Si al final no lo consigues estamos los psicólogos para echar una manita. Pero si pones en práctica estos consejos, allanarás mucho el camino.