En 1964 la ciudadana italoamericana Kitty Genovese fue brutalmente asesinada y violada en las calles de Nueva York, en el barrio de Queens. Era una chica normal, que vivía en un apartamento con su pareja, y al volver de noche de trabajar, fue apuñalada durante media hora hasta morir. Testigo de ello fueron varios vecinos que la oyeron gritar. Algunos llamaron a la policía, alguno gritó desde la ventana “deje a la chica”, pero nadie, nadie, se acercó a defenderla.
El caso de Kitti dio lugar a un experimento y posterior investigación de los psicólogos Darley y Latané de las Universidades de Columbia y Nueva York. De este estudio se concluye el término difusión de la responsabilidad, síndrome de Genovese o efecto del espectador.
Lo que estos dos investigadores encontraron en su estudio es que cuantas más personas intervienen en una acción de auxilio, menos se involucran cada una de ellas. Como si todas pensaran “ya lo hará el otro”. De hecho, se sabe que cuanta más gente esté presente, menos probabilidad hay de que alguno te socorra. Los porcentajes a los que llegó este estudio fueron de:
- Si hay una sola persona presente, la probabilidad de que te socorra es del 85 por ciento.
- Si son dos personas, la probabilidad disminuye al 65.
- Pero si hay más de tres, baja hasta el 31 por ciento.
¿Te empiezas a sentir identificado? No lo digo por las veces en las que hayas presenciado un crimen, pero sí por los cientos de situaciones con las que la gente convive con la injusticia, con el bullying, con la humillación de otros, pero que no atiende. ¿Cuántas veces ocurre? ¿En qué momento y por qué dejamos de ser activistas para convertirnos en meros espectadores?
Los motivos por los que uno deja de socorrer pueden ser mucho: falta de responsabilidad, miedo, egoísmo, costo-beneficio de intervenir, dejadez o pensar que otro lo hará por ti. Intervienen incluso juicios morales, como decidir si la víctima merece ser ayudada o no. Pasa continuamente. A la salida del supermercado siempre hay gente pidiendo, pero bueno, ya le dará el que salga después. Sabemos de las guerras, refugiados, minorías, hambruna, pero total, hay tanta gente solidaria por el mundo, ¡que ya lo hará otro!
Cada vez que eres espectador de una injusticia y no intervienes, estás participando del síndrome Genovese o de la difusión de la responsabilidad. ¿Cómo podría cambiar nuestro entorno más cercano si fuéramos capaces de romper con el síndrome del espectador? Entre todos podríamos tener un mundo mejor. Podríamos actuar ante las pequeñas injusticias que nos rodean a diario y que someten, humillan y degradan a las personas. Ocurre a diario: clientes que tratan mal a un camarero, un compañero del instituto, Universidad o trabajo que es apartado y juzgado por el que ejerce más liderazgo, cuando dejamos que señalen a otros y hagan juicios de valor fáciles, con las minorías, con los que sufren. Muchas personas se excusan para no dar, para no defender, para no intervenir. Se excusan con “este no es mi problema”, “es que todo el mundo va a lo suyo”, “es que no puedo hacer nada por quien no se deja ayudar”, “es que no puedo salvar a los demás, ya basta con salvarme yo”.
Este efecto también es aplicable al trabajo en equipo. Cuantos más miembros, menor es el grado de implicación de sus miembros. Igual que cuando dos caballos tiran de un carro, no suman sus fuerzas, sino que la fuerza que ejerce cada uno es menor que la que realizarían a nivel individual.
¿Cómo podemos darle la vuelta a la difusión de la responsabilidad?
Enfoca hacia fuera
Si no miras qué ocurre a tu alrededor, no podrás percibir las injusticias. Enfocar hacia fuera supone dejar de mirar tanto qué te falta a ti, dejar de observarte, dejar de quejarte y así poder ver el estado de salud del mundo de tu alrededor más próximo.
Trabaja la empatía
¿Cómo se puede sentir quien pide a la puerta del supermercado? ¿De verdad crees que le gusta tocar la flauta al que se sube al metro y pedir calderilla a todos los pasajeros? ¿Necesitará lo que pide? Se suelen hacer interpretaciones poco benevolentes con tal de no sacar la cartera y darle un euro “estos son unos jetas, todo el día pidiendo, mejor se pusieran a trabajar”. En su sano juicio, cualquier persona quisiera tener una nómina y un trabajo estable antes que tocar el acordeón en un medio de transporte y someterse a la mirada o al desprecio de los pasajeros.
No hay nadie más alrededor, estás solo
Si te refugias en los otros, otras personas que compran en el súper y que le pueden dar al que pide a la salida, nunca darás. Estás solo. Imagina que la comida, el pan de ese hombre, depende hoy solo de ti, ¿qué harías? Seguro que aumentaría mucho la probabilidad de abrir la cartera y darle un euro. Y sí, pienso como tú. Que lo ideal es que todo estuviera regulado y ser socio solo de organizaciones legales. Sí, pero por desgracia no todo el mundo funciona a la perfección. Así que, si participas de un ONG y además le das un euro al de la puerta del súper, lo bordas. Siempre hay algo que podemos hacer por los demás.
Si estás en un grupo de trabajo, cumple con tu parte
La responsabilidad tiene muchas ventajas, entre otras, la justicia. Si cada uno se ocupa de lo suyo, nadie tiene que ocuparse de lo que no se atiende. Eso es lo justo. Cuando te comportas de forma responsable, te sientes bien, reduces tus niveles de ansiedad, elaboras un concepto positivo de ti, te sientes orgulloso de tu trabajo y participación y los demás, te respetan.
La falta de responsabilidad no pasa desapercibida y enseguida los demás miembros del grupo terminan sabiendo con quién no se puede trabajar y quién te va a dejar colgado.
¿Tú también eres un espectador o te decides a ser protagonista?