La ira es una de las emociones que más nos perjudican y hieren a los demás. Pero como todas las emociones, tiene su razón de ser. La ira es la muestra de enfado ante una injusticia, ante una humillación, ante lo que no podemos soportar. Sin la ira no hubiéramos conseguido muchos de los derechos que ahora tenemos las personas. No es que la forma justifique el premio, pero sí es cierto que, si algo no te duele, no te movilizas o no encuentras la fuerza suficiente para salir de tu zona de confort, manifestarte y luchar por lo que crees que merece la pena.
Si hicieras tu lista de las cosas que más te sacan de quicio, ¿qué escribirías? Nos suelen sacar de quicio temas que podríamos resolver con amabilidad, así que busquemos el recurso asertivo para dejar de sufrir por comportamientos ajenos. Por lo general, a la gente le molesta muchísimo:
1. Las mentiras. Las mentiras nos hacen sentir rabiosos. Muchas personas buscan conocer el por qué se les engaña. No saben si son ellos los que provocan la desconfianza en la persona para que tenga que engañarla o si su forma de ser es dada a que la engañen. Lo cierto es que el que miente tiene un motivo. La mayoría de las veces es una conducta cobarde con la que deja de enfrentarse a las consecuencias de la verdad. La primera vez que una persona miente, lo pasa muy mal. Pero a medida que lo repite, le pierde el miedo y normaliza las mentiras en su vida.
Lo peor que puedes hacer cuando te engañen es enfadarte y mostrar tu rabia, porque estarás reforzando el motivo por el que te miente, el miedo. Habla con la persona, con tu hijo, pareja, amigo y pídele de forma sincera que te explique el motivo de la mentira y la necesidad que tiene para hacerlo. Y en función de su respuesta, pacta y negocia una manera de reaccionar por parte de los dos para que no vuelva a suceder. Si el que te ha mentido es tu hijo, la charla no puede sustituir la consecuencia de su mentira. Si por ejemplo te ha dicho que llevaba los deberes hechos y no lo estaban, dile que le agradeces que se haya sincerado, que valoras su valentía pero que tiene que entender que no hacer los deberes tiene una consecuencia, como que esa tarde no podrá ver la televisión.
2. La impuntualidad. Cada vez que alguien llega tarde está faltando el respeto a tu tiempo. La sensación de que nos desordenan la agenda y nos hacen perder el tiempo, suele desquiciar a más de uno.
Ante la impuntualidad puedes optar por varias acciones. Si se trata de alguien que habitualmente es impuntual, no le esperes ni un minuto. Vete, empieza la reunión o haz lo que hayas acordado a la hora en punto. Cada vez que le esperas, refuerzas su impuntualidad y aprende que los demás le esperan. En cambio, el día que llegue a su hora, agradécele su esfuerzo. A pesar de que pienses que es su obligación, a muchas personas impuntuales les cuesta la vida organizarse para conseguirlo. Así que un “gracias por llegar en punto” hará que se sienta bien y tenga ganas de volver a repetirlo. Ojo, no se lo digas con ironía.
Si se trata de alguien que habitualmente llega a su hora, solo tienes que preguntar y tratar de ser compasivo y empático con sus circunstancias. A todos nos puede pasar.
3. Las personas que se cuelan. Nos desesperan las personas jetas. Ellos se ven como listos “ahora que nadie se da cuenta…mira que huequecito me encuentro para colarme de toda la fila”. Y con su cara de hacerse los despistados, se saltan la espera de muchos otros.
Simplemente acércate a la persona y dile con amabilidad que la cola empieza más atrás. No hace falta que le mires mal o que le digas que tú llevas esperando veinte minutos. No des más explicaciones, solo indícale cuál es su puesto. No se trata de dar lecciones de vida a alguien que a la mínima oportunidad volverá a repetirlo, solo se trata de hacer respetar tu tiempo y tu turno.
4. Las voces y los gritos. Los tenemos tan normalizados en nuestra sociedad que a veces ya ni nos llaman la atención. Pero a mí la gente que habla alto o que da voces me exaspera. Es una manera muy violenta de relacionarse. Y si no te quejas y lo permites, la otra persona lo convierte en costumbre.
Cuando te griten, hazle saber a esa persona que te está gritando. Parece obvio, pero muchas de estas personas ni siquiera son conscientes del volumen con el que se expresan. Puedes decir algo así como “¿Te das cuenta de que me estás gritando?”. Si aun así continua con ese volumen y agresividad, corta radicalmente la conversación y di que no hablarás en esas circunstancias.
5. La gente maleducada. Los hay que escupen, que comen con la boca abierta, que tiran kleenex usados al suelo, que curiosean el móvil mientras tratas de explicarle algo o los que se comportan de forma poco cívica. No hay nada más desagradable que relacionarte con una persona maleducada. La educación permite tratarnos con cordialidad. Somos muchos, así que debemos cumplir unas normas básicas que nos permitan convivir en armonía.
No siempre podrás controlar la conducta maleducada de la gente con la que te vas a encontrar por la vida, porque no tendrás la confianza suficiente como para hacerlo y tampoco puedes arriesgarte a que te contesten mal o te intimiden. Pero sí puedes alejarte y dejar de tener contacto con aquellos que no se comportan conforme a tus valores. Pon distancia física o mental.
6. Que te pongan a la espera en el teléfono con una máquina en lugar de una operadora. Esto se ha convertido en norma. Así que no se puede luchar contra molinos. Una de dos, o dejas de relacionarte con los operadores-ordenadores o te haces el sueco, dices tonterías incomprensibles por teléfono hasta que no te comprendan y te pasen con la operadora humana. A veces funciona…y es hasta divertido.
“Si su problema es internet, diga 1, si se trata de un alta nueva, diga 2, si desea dar de baja un servicio, pulse 3…” Ante esto puedes contestar algo del tipo “café con leche” o “un bocata de calamares”, “disculpe no la entendemos” y claro, después de no entenderte diez veces “le pasamos con una operadora”. Es una pena que el trato humano, de persona a persona, se esté perdiendo.
7. Tener que repetir las cosas varias veces. La mayoría de las veces sueles repetir una y cien veces lo mismo a los niños, pero también nos ocurre con la pareja o con familiares muy cercanos, hermanos o padres. Y no siempre la culpa es del otro, que pensamos que no nos escucha. A veces somos nosotros los que interrumpimos lo que la otra persona está haciendo y la “obligamos” a que nos preste atención cuando su atención está en otros asuntos.
Así que una manera de solucionar este problema es empezar por preguntar si es buen momento para pedir algo o si la persona está receptiva en estos momentos.
8. El abuso de los chats en el móvil. Dado que en los chats participan muchas personas a las que sí les puede agradar las bromas y tener muchos mensajes, lo mejor es que en estos casos, te des de baja del chat si es posible, o que lo silencies. No trates de ponerte al día de todo lo que han escrito. La mayoría de las veces no es nada importante. O pregunta, ¡hay algo que me haya perdido respeto al cole, al equipo, a la cena…! Si hay algo importante, alguien te informará rápidamente.
9. La arrogancia. Nos puede los “quien como yo y nadie como yo”, los sabelotodo, los soberbios y los que dan consejos categóricos. Carentes de empatía y de educación, generan situaciones sociales de tensión. Tratan de manipular la conversación y ser los protagonistas de la conversación.
Lo más acertado con ellos es decidir que esta situación no es tu batalla. A veces es mejor tener paz que tener razón. Dirígete hacia otro grupo de personas, no trates de razonar con ellos. No te van a dejar. Perderás el tiempo y la paciencia.
Ande yo con soluciones, ríase la rabia. No podremos cambiar el mundo ni lo que nos molesta, pero sí podremos decidir cómo respondemos.